Taurus, 2021. — 139 p. — ISBN: 978-84-306-2332-7
Hay un montón de estudios sobre el humor que comienzan reconociendo, con cierta vergüenza, que analizar un chiste equivale a matarlo. En realidad, eso no es cierto. Sí es cierto que, si quieres provocar la risa, no es conveniente hacer un chiste y diseccionarlo al mismo tiempo, igual que se ha dicho de algunos presidentes estadounidenses que no eran capaces de andar y mascar chicle simultáneamente; pero no hay muchos cómicos que se saquen de la manga una investigación teórica sobre sus ocurrencias en el mismo momento en que las están contando. Y los que actúan así suelen hacerlo en la cola del paro, no en teatros o clubs nocturnos. (Desde luego, hay excepciones, como el brillante y original cómico Ste?art Lee, quien deconstruye su propio espectáculo mientras lo presenta sobre el escenario y analiza las reacciones del público.) Por lo demás, el humor y el análisis del humor pueden coexistir perfectamente. Entender cómo funciona un chiste no tiene por qué arruinarlo, del mismo modo que entender cómo funciona un poema no lo estropea. En esta, como en otras cuestiones, la teoría y la práctica pertenecen a esferas distintas. Conocer la anatomía del intestino grueso no supone ningún obstáculo a la hora de disfrutar de una comida.
Los ginecólogos pueden tener una vida sexual satisfactoria, y los obstetras pueden quedarse embobados mirando un bebé. Los astrónomos que se enfrentan a diario con la absoluta insignificancia de la Tierra en el contexto del universo no se dan a la bebida ni se tiran por un barranco, o al menos no por ese motivo.